domingo, 26 de octubre de 2014

Nacimiento de ideas


NACIMIENTO DE IDEAS
Estaba sentado en la oficina, con la mirada fija en la pantalla, espalda recta y los dos pies en el suelo. La manera ideal que retratan en los manuales sobre ergonomía.
Su cara relajada no trasmitía nerviosismo, ni una mueca o signo de tensión se atisbaba. La paz que reflejaba podría ser estudiada por los mimos de los parques de cientos de kilómetros a la redonda.
Movía el ratón con ligereza, con suavidad, sabiendo dónde estaba y dónde quería ir a parar. Utilizando perfectas líneas rectas. Dejando en el aire apenas el nimio sonido de un clic como recuerdo de su presencia.
Al escribir en el teclado el ritmo era mágico. Rozaba las teclas y estas ejecutaban su función haciendo que palabras nuevas fueran descubiertas a los ojos de los que miraran la pantalla. La musicalidad de los pequeños golpes sobre ellas hacía que uno pensara en ponerlas letra, como si fuera una canción.
Daba la imagen de estar disfrutando de una tarde relajada en el bosque, en lugar de en la lóbrega oficina, de paredes grises y chillones teléfonos; de estar admirando el gorjeo de los pájaros en vez de los gritos de los compañeros.

Pero en su cabeza todo funcionaba de manera diferente, errática, aturullada, rebosante de energía y de tensión. Como en un volcán en erupción, decenas de ideas eran escupidas por segundo. Ideas que se convertían inmediatamente en ceniza al no tener tiempo suficiente como para materializarse.
Algunas de esas ideas, a base de coraje y repetición se iban haciendo fuertes y competían entre ellas para hacerse con un pequeño porcentaje de atención, para poder así crecer y dejar de ser meros esbozos etéreos y convertirse en ideas completas.
Ideas que cumplieran su cometido, llegar a la pantalla, convertirse en palabras escritas y no quedarse en meros impulsos eléctricos desperdiciados. Y entre ellas se alimentaban. A veces, una pequeña idea, ni siquiera considerada como un susurro ante un huracán, era capaz de abrirse paso ante ideas formadas, destruyéndolas, o en el mejor de los casos asumiéndolas, fagocitándolas.
Cuando la idea era lo suficientemente intensa y poderosa, cuando era capaz de detener el torbellino, de clavarse en su mente como una viga en un buen lecho de cemento, esa idea sonreía.
Sonreía porque notaba cómo viajaba poco a poco, en un baile sensual por metros y metros de cableado bio-eléctrico, hasta las yemas de los dedos de su recipiente, pudiendo al mismo tiempo ver, mediante los ojos de éste, que se estaba convirtiendo en palabras.
Nacida de un volcán, se hallaba ahora en el remanso de paz de la pantalla blanca, como una nueva y pequeña isla en el océano.